A lo largo de la
vida no tuve grandes crisis personales -que ya es un milagro-, siempre
aceptamos con optimismo los acontecimientos amargos de nuestra existencia con
mucho positividad y energía. Todo era más fácil, especialmente por esa luz
dorada que me acompañó siempre, así como, por los dos angelitos de compañía que
constantemente estaban riendo. Me sorprendía como había gente que vivía inmersa
en sus miedos y con un deseo de vivir, como Shrek, en el lodo de la desgracia.
Ese sentido siniestro de la vida transformaba toda la existencia en un “coro
trágico” como sucedía en la casa de Bernarda Alba, en Bodas de sangre o en
Yerma, todo junto, a la vez, como en las grandes representaciones teatrales de
las tragedias griegas. Desgarros a flor de piel y borbotones de sangre manando
de la fuente de los lacrimales confirmaban el viejo aforismo de “llorarás
lágrimas de sangre”.
Pero para mí todo
era un juego, un entretenimiento, una forma de mejorar la vida. Por este motivo
me introduje en lo que podríamos llamar la “espiritualidad”. Desde la
sociología indague en otras culturas y en distintas formas de trascendencia.
Recordé la historia del Pranayama, “la respiración que cura”, una técnica
oriental milenaria para equilibrar la mente. La introducción en este mundo
desconocido, comenzó, como no podía ser de otra manera, desde un acercamiento
reflexivo y crítico racionalista. No me paré ante ciertas líneas rojas, las
traspasé.
Nunca me he
cerrado a otras corrientes, incluso a las que, aparentemente, no
eran“científicas” o estaban fuera de la “Academia Oficial”. ¡Siempre fui muy
heterodoxo! Especialmente cuando conocí los intereses que hay detrás de
la“Industria de la vida”. Todo es objeto de mercancía, la vida, la muerte, la
pobreza, ¡Todo!, ¡Absolutamente todo! La avaricia del modelo capitalista nos ha
llevado a la situación que estamos padeciendo ahora, una crisis de humanidad. La
Economía sin Fronteras, está doblegando al mundo, hasta transformarlo en
esclavo y la fármaco industria, nos medicaliza hasta la neurosis y el espasmos.
Modifican parámetros a fin de aumentar los objetos diana, su ideal es que todos
estemos enfermos o pre-enfermos. Nuestra vida será más feliz si nos cuidamos, y
¿Cómo? Tomando sus píldoras de la felicidad. ¡Vaya mundo! ¿Por qué no nos dejan
vivir en paz? Sin complejos, sin miedos, sin coacciones, ¡Que nos dejen
respirar en paz! ¡Qué decidamos libremente lo que más nos conviene! Sin tutelas
interesadas solo en hacer caja.
Por estos motivos
propongo activar las prácticas médicas tradicionales orientales que, son menos
dañinas y más baratas, aunque con todas nuestras cautelas. Proceden de una
cultura milenaria y porqué no hablar de las teorías del Yin-Yang. El Yin es la
energía negativa y el Yang, la positiva, según la medicina tradicional china la
enfermedad surge cuando se altera el flujo del Chi. El concepto del Chi o de la
energía vital, regula el equilibrio espiritual, emocional, el mental y el
físico, aunque tiene pocos anclajes en nuestra cultura científica occidental.
Es obvio que estos principios son difícilmente asimilables por nuestra
civilización, pero, de forma muy resumida, son siete los principales métodos de
tratamiento: La Tui Na o Tuina; la acupuntura; la Moxibustión; la
Ventosaterapia; fitoterapia china; dietética y Prácticas físicas (Chi Kung, Tai
Chi Chuan y otras artes marciales). La Meditación y la Respiración, son una
parte importante de todas estas técnicas.
Raimon Panikar,
en 1996, publicó en Siruela el libro El silencio del Buddha. Una introducción
al ateísmo religioso, se trataba de explicar que las estatuas del Buddha, con
esa actitud de serenidad, apacibles, sonrientes y con una mirada, que ven sin
mirar, ayudan a entrever que cualquier pregunta puede no tener sentido. El
Buddha no solo calla, sino que acalla cualquier ansia y perplejidad. El hecho
de descubrir la irremediable contingencia, la finitud, la impermanencia,
conduce a la vacuidad más completa, esto es, el nirvana. El objetivo es
producir una mayor felicidad.
He viajado por
algunos lugares de la conciencia y he podido comprobar lo débil que es el ser
humano. La búsqueda, a veces, compulsiva de la felicidad manifiesta lo frágiles
que somos, especialmente, ante alguien que nos hace promesas inalcanzables,
probablemente porque no existen en este mundo y, quizás, tampoco en el otro si
es que lo hay. Debo resaltar que he encontrado, en diferentes grupos que he
indagado, una gran mayoría de problemas psicológicos, incluso algunos
psiquiátricos. Lo peor, los llamados “guías espirituales”, solo muy pocos son
gente sensata, con los pies en la tierra, pero la gran mayoría están para
llevar un cencerro. Este mundo, ligado, de alguna manera, al esoterismo, posee
un porcentaje muy elevado de embaucadores, farsantes y mentirosos. Cuando
inicié este viaje, que empezó en el mundo de la fitoterapia, donde también hay
una fauna muy particular, una de mis premisas era que los milagros no existen y
que no hay seres divinos, etéreos, que van alcanzando niveles superiores de
espiritualidad, hasta que explotan como un globo de gas y desparecen en el
nirvana.
Una de las
enseñanzas de Buda fue precisamente que, aunque un guía podía ser necesario,
sin embargo, el mejor guía que uno podía tener era él mismo, todos llevamos un
Buda dentro. Además, no había que dar las cosas por dadas, había que dudar de
todo, reflexionar continuamente hasta que nos convenza aquello que estamos
buscando, ¡No está mal!
A continuación,
las historias que voy contar lo haré desde el humor, el respeto y la compasión,
que no se interprete como una mofa de las creencias de otros y sí como un
mecanismo personal de coping ante situaciones verdaderamente cómicas e,
incluso, dramáticas.
Durante algunos
años, disfrutaba introduciéndome en lugares insólitos, diría más, de destierro,
con gente “rara”. Era un mundo de sorpresas continuas y que me atraía con un
morbo transgresor. A pesar de todo, he intentado aprender algo nuevo, siempre es
posible, incluso en las tinieblas. La historia que voy a contar a continuación
tuvo lugar en Torre Molinos (Málaga), una zona de playa donde hay un gran
número de extranjeros de muchas nacionalidades y, además, con un gran poder
adquisitivo. Recuerdo un caso triste de un charlatán desaprensivo, decía curar
el cáncer con un cuarzo espectacular, este lo hacía pasar varias veces por la
zona afectada, en este caso era un cáncer de pulmón, y con una letanía
indescifrable que hacía coincidir, a la vez, con un movimiento circular de
ambos ojos, algo parecido a la folklórica Marujita Díaz, verlo en ella daba
risa, pero este tipo, que ponía cara de poseído y loco, “acojonaba”. Era
conmovedor ver al enfermo con una expresión de felicidad y alegría que me
provocó un gran desasosiego y ternura.
En otra ocasión y
a través de una amiga común de curaciones reikinianas y místicas, fuimos a
visitar a una Guía Espiritual. Era una mujer extranjera, madura y, según decían
sus acólitos, con un canal supremo y abierto a la espiritualidad. Los chacras
estaban unidos a un nivel de nirvana, ¡Vamos, un canal de luz que podría
cegarnos! Al entrar en su casa, me sorprendió el gran número de personas,
sentadas en hileras de sillas a todo lo largo de un pasillo y de un gran salón.
¡Qué poder de convocatoria! ¡Sí, debería ser un espíritu libre! Nosotros nos
ubicamos al final, ya que no quedaban asientos libres y todos esperaban, con
gran impaciencia, la entrada “triunfal” de un haz de luz de “Guía”. Pasó mucho
tiempo y todo el mundo se intranquilizó. De pronto, se oyó abrirse una puerta,
todas las cabezas se giraron e inclinaron para ver a la aparecida. Al fondo,
vestida de un blanco impoluto, con una cabellera blanca como la nieve, surgió
la señora, la expectación era máxima, sus pasos eran lentos y parecía levitar
sobre el suelo. Cuando llegó al salón, donde estábamos nosotros,
inesperadamente clavó su mirada sobre la mía, me sentí extraño ¡Se había fijado
en mí! ¿Por qué? ¿Sería un espíritu libre como ella? Yo la sonreí y de pronto,
dio un giro brusco de 180 grados y volvió por donde vino con pasos acelerados.
Todos nos quedamos sorprendidos y yo muy “mosqueado”. Sin embargo, la gana de
guasa y cachondeo que me produjo, soliviantó a mis acompañantes. Mi compañera
me preguntó con cara de preocupación ¿Pero, que le has dicho? Nada, creo que
soy uno de los suyos. Pasó mucho tiempo, se oyó en dos ocasiones el ruido de la
cadena del wáter y pensé, ha tenido un apretón con despeño diarreico, parece
que los espíritus también hacen de vientre. Al cabo de un buen rato, volvió a
salir y se dirigió directamente hacia mí, ¡Qué curioso, con tanta gente y se
fija en mí! Yo no había hecho nada pero me preocupé. Casi siempre meto la pata
sin querer, pero, en esta ocasión, la culpa no era mía. La guía espiritual se
me acercó con los brazos en alto y pensé lo peor: Adiós, va a decir lo que mi
padre cuando se cabreaba conmigo que ponía los brazos en cruz ¡Baja Pedro!
Pedro, era el cabeza visible, el discípulo de Cristo, el santo, el que lo negó
tres veces ¡Pero no! Esa luz blanca, con una voz muy dulce, me dijo que no
podía estar a mi lado, que debería irme de su casa, que yo había tenido
millones de vidas y que mi influencia era negativa para ella. Pensé ¡Otra vez!
¡Ves como la culpa era mía! ¿Qué significa que he tenido millones de vidas?
¿Por qué me ha tocado a mí? si soy una buena persona. Creo que el motivo de
echarme de su casa fue, probablemente, por la cara de guasa que tenía cuando me
miró. Pero esta es mi cara habitual, alegre, divertida, me gusta ser ameno y no
me tomo la vida a la tremenda. En fin, ¡Que le vamos hacer! ¡Hay gente pa tó!
“aunque tengas un gran canal de amor y de felicidad no te libras de lo
terrenal”.
Recuerdo que en
un retiro de meditación me sucedió algo extraordinario, incluso, hoy día, me
estremece. Fue la primera reunión con el grupo “Rayo Dorado”, tuve ciertas
reservas ya que el nombrecito se las traía, me hacía sospechar una secta ¿Me
abducirían? ¿Quedaría atrapado en el tiempo y ya no podría salir de él? Sin
embargo, conocía a mucha gente, a buenas personas, enfermeras del hospital, un
médico naturista y otras compañeras de trabajo que llevaban algunos años con
ellos y nunca les había pasado nada. Tenían un buen rollo y les gustaba dar
muchos abrazos, lo que no me desagradaba, especialmente porque mi “rayo dorado”
también era aficionada a transmitir buena energía a través del contacto físico.
Debo reconocer que siempre había un clima muy positivo, el ambiente era de paz
y tranquilidad, tomábamos exquisitas infusiones de Sambhu, gran gurú del rayo
dorado y que nunca vi, a pesar de mis continuados intentos por conocerlo.
Después de cada
meditación, formábamos un círculo y todos nos contábamos las experiencias
vividas. Cuando llegó mi turno me mostré muy afligido, era incapaz de articular
palabras, titubeaba y me avergonzaba contar lo que me había pasado. Todos me
animaron, decían que durante la primera vez no se producían grandes
experiencias, pero cualquiera, por pequeña que fuera, era importante y la debía
de compartir. Me sentí más animado y comencé la exposición: Cuando estaba muy
relajado, la mente se me quedó en blanco, sentí que mi cuerpo no era mío y que,
de pronto, comenzaron a abrirse una especie de tapones circulares brillantes
como el metal, de unos siete centímetros de diámetro. Empezó por la coronilla,
la primera tapa se abrió espontáneamente en el sentido contrario a las agujas
del reloj. Empezó a salir un chorro de vapor de un color oscuro, como una nube
negra y que poco a poco se fue transformando en humo blanco, muy blanco hasta
que dejó de salir. A continuación, sucedió igual con el siguiente tapón de la
frente, de nuevo se abrió y manó un gas violeta oscuro, hasta que tuvo un color
muy puro. El siguiente, en la garganta con un color azul intenso. El sistema
siempre era el mismo, se abría la tapa y salía ese vapor o gas hasta que se
estabilizaba. En el pecho, en el abdomen y en la parte inferior del vientre,
que tenía un color rojo oscuro. Conforme se iban vaciando cada orificio, la
tapadera volvía a cerrarse espontáneamente y esta vez girando en el sentido de
las agujas del reloj. Durante todo este proceso me sentía cada vez más cómodo y
feliz. Una vez cerrados todos los orificios mi cuerpo éste cambió, se
transformó en un ente etéreo, como un fluido muy volátil y que me podía
desplazar, a gran velocidad, donde yo quisiera. En ese momento, me encontré en
mi barrio, iba entrando en las casas y observando a la gente que vivía allí.
Igual entraba que salía, a gran velocidad, sin embargo, podía reconocer a todas
las personas que había en cada hogar. Entonces, entré en mi casa, donde nací,
la reconocí enseguida, las habitaciones, el salón, la cocina y, de pronto, vi a
mi padre pero muy joven y también a la que sería mi madre hacía muchos años, en
ese momento y muy aturdido, ese gas o fluido que yo era entró como un tiro de
escopeta en el vientre de mi madre. En ese momento, desperté de la ensoñación y
con cara de extrañeza, no reconocía a la gente que había a mí alrededor,
después de unos minutos volví a la realidad, ¿Qué me había pasado? ¿Había
estado meditando?
Cuando acabé con
la narración de mi experiencia, las caras de las personas que me escuchaban
eran un poema: de extrañeza, de miedo, de alegría, con expresiones de risa
boba, pero sobre todo ¡La cara del guía! ¡Me impresionó! No sabía si iba a
echarse a llorar o a reír de alegría. Me dijo que era un privilegiado de la
vida, que era un honor estar conmigo, que muchos gurús habían intentado, años y
años durante toda su vida, tener una “limpieza kármica” tan hermosa como la mía
y que nunca lo consiguieron. Además, tuve una ¡Una regresión espontánea! ¡Qué
suerte! Todos me felicitaban y yo me sentía el rey del mambo. A los pocos días
de lo sucedido, reflexioné detenidamente y llegue a la conclusión que la
meditación me había provocado un “chute” de endorfinas. Las encefalinas me
habían provocado una distorsión de la realidad tan importante que ya no se
volvió a repetir nunca más.
En otra ocasión,
viajamos a Córdoba, en un paraje natural magnífico donde nos reunimos de nuevo con
el grupo el “Rayo Dorado”. En este retiro hicimos otros ejercicios, uno de
ellos y muy importante, fue el de la respiración, concretamente el Pranayama.
Desconocía que era y como iba a desarrollarse. Entre los asistentes había toda
una colección de modelos, especialmente en chicas, con unos monos de diseño
blancos, estaban guapísimas, así como los chicos que iban enfundados en pijamas
y trajes blancos. Ante esta colección de gente guapa, yo me sentía como un
pulpo en un garaje, no tenía nada blanco, bueno sí, quizás los calzoncillos,
pero no era cuestión de quitarme los pantalones. Me sentía raro y extraño con
esta gente a mí alrededor y, por primera vez, me arrepentí de haber viajado con
ellos. Pero comenzó el espectáculo. Durante las meditaciones, había que
respetar el silencio para una mayor concentración, sin embargo, una mocita
rubia, alta, guapa y con un tipo que quitaba el hipo, comenzó a respirar
expeliendo jadeos, cada vez más continuos y rápidos. Me despertó de mi letargo
y molesto pensé, “ésta lo que quiere es entrar en alcalosis respiratoria y
pillar un cocolón de aúpa”. Poco a poco, se fue contagiando al resto de las
mujeres. Es curioso como los pocos hombres que estábamos allí, no emitíamos
ningún sonido gutural, solo las mirábamos con atención. En unos minutos, toda
la sala era un espasmo de jadeos, se entabló una pugna para ver quién lo hacía
más fuerte y rápido. Cuando finalizó el espectáculo, volvimos al silencio que
nunca teníamos que haber roto, hasta el próximo descanso. En este receso, aún
sorprendido y molesto, me dediqué a correr la voz, como una pequeña venganza,
de que todos los chicos estábamos “muy empalmados”, imaginando que las chicas
estaban en una orgía. No pudimos levantarnos hasta pasados quince minutos
debido a la dilatación eréctil y hasta que volviera a la normalidad. Estos
comentarios llegaron al guía y al comenzar la siguiente sesión, prohibió
tajantemente que se volviera a repetir y que cada una respirara “padentro”, sin
hacer ruido, ya que desconcentraban a otras personas, ¡Al fin la tranquilidad!
Aunque creo que me hubiera gustado mucho que la escena, que pasó por mi cabeza,
fuera real. ¡Qué buen retiro pranayama! Cuando mi amiga se enteró que había
sido yo el responsable del bulo de la noticia, me dijo lacónicamente ¡Pepe,
eres un hijo de la gran puta! Le respondí: Mi querida amiga, éste retiro no lo
olvidarás nunca en toda tu vida y, como bien sabes, estas son otras realidades
y todos estamos conectados en el pranayama.