En los últimos 5 lustros, que no es
poco, mi trabajo ha sido más gratificante de lo que yo esperaba. Mi vida dio un
giro radical ya que cambié la bata, las guardias agotadoras en la UVI, los
cateterismos o los tubos endotraqueales, por la tiza y el borrador. Cuando empecé este nuevo camino lo hice con
gran ilusión, nunca eché de menos mi vida pasada de médico, aunque esta
situación fue más un estado emocional que vocacional. Pero tenía muy claro que pasar
toda la vida laboral en una UVI podría ser una desgracia, incluso el preludio
de un fin anticipado. Cuando me preguntaban por mi profesión, incluso después
de abandonar la clínica, respondía que médico y no profesor. Sí es verdad que cambié
de tareas, pero el objetivo era el mismo, dejé el “trabajo de campo” que era
agotador y trabajé desde la medicina, la psicología, la sociología e, incluso,
la ecología. Mi trabajo era más teórico y mi mirada fue más allá que desde el interior
de un simple catéter.
No cabe duda que esta nueva
perspectiva sobre la salud y la muerte me hizo cambiar radicalmente, entre
otras cosas porque me ponía en la frontera. Frontera que me colocaba en el
ostracismo de la ortodoxia médica pero que amplió mi consciencia y, no solo
eso, sino que me hizo crecer como ser humano. Esta visión diferente de la
medicina, venía a satisfacer uno de mis
sueños más vetustos desde que empecé a trabajar en el hospital. Cuanto más
trabajaba en la medicina intensiva, el conocimiento y la reflexión no eran
suficientes para desentrañar los problemas en mi vida diaria, no era capaz de
encontrar las soluciones adecuadas en mi trabajo de médico intensivista. Es
verdad que tenía poco tiempo para reflexionar y, mucho menos, para ser crítico
ante una medicina que se estaba deshumanizando a pasos agigantados conforme se
plegaba al Dr. Frankenstein de la avanzaba tecnología, todo un contrasentido.
Esta etapa sobrevino en el tiempo justo, cuando estaba saturado de
experiencias, muchas de ellas poco gratificantes.
Los primeros años en la docencia
fueron difíciles, las malas condiciones académicas, laborales y económicas me
hicieron dudar en algunos momentos, sin embargo, el contacto con los alumnos
era rejuvenecedor y muy gratificante. A lo largo de todos estos años la
metodología en la enseñanza cambió mucho y para bien. Mi gran obsesión era no
ser un profesor excesivamente ortodoxo y
dogmático, desde el principio tenía muy claro que el objetivo fundamental era
procurar que los alumnos y las alumnas desarrollaran imaginación y una actitud
crítica y reflexiva ante los problemas sociales que intervenían en las formas
de enfermar y morir. Siempre provocaba el debate, huyendo de la pasividad de
algunos que, a veces, actuaban como si estuvieran “lobotomizados”,
robóticamente tomaban apuntes, como si se tratara de una clase de recetas de
cocina. Prefería, de una forma intuitiva, que tuvieran una “mente bien ordenada” antes que otra “llena de muchos datos”, como posteriormente nos recomendara Edgar
Morin.
Mi objetivo fundamental en el trabajo
de la Universidad era el “camino” a recorrer, no quería tener grandes
pretensiones al iniciar una carrera alocada para llegar a lo más alto del escalafón,
especialmente porque conocía cual era el precio que tenía que pagar. Nunca me
sometí a nadie y no lo iba a hacer ahora. He
conocido a mucha “gente mediocre” en el Sancta
Sanctorum o Templo de Salomón del
conocimiento o de las banalidades, la Universidad, lo cual me sorprendió y
mucho. Esta circunstancia me hizo tener una visión casi compasiva del ser
humano, aquí pude conocer lo vulnerable y débil que podría ser, aunque “supuestamente”
fueran personas “ilustradas” con más recursos intelectuales para afrontar todo
tipo de coping. Pero no, a veces la
realidad era muy cruel, se producían luchas encarnizadas para alcanzar unos
objetivos que servían básicamente para obtener unos refuerzos psicológicos y
así alcanzar un supuesto reconocimiento de éxito o triunfo. Otros elementos
como la excelencia científica, no se tenían en cuenta, de nuevo un
contrasentido. Afortunadamente yo podía desarrollar mi trabajo siendo ajeno a
estas guerras de guerrillas. Mi autonomía era total, yo iba a lo fundamental y
las distracciones para los demás. Mi trabajo anterior me ayudó a valorar lo que
realmente era importante.
En esos días tenía tiempo para
prepararme las clases, diseñar y trabajar en la investigación, asistir al Real Conservatorio
Superior de Música, aprender música y tocar el violín, pasear con mi familia,
cultivar mis aficiones, etc. este era el mayor
regalo que me hacía la Universidad. Por primera vez, el trabajo no fue un tripalium o “potro de tortura”.
Mi condición de médico me proporcionó
algunos problemas, incluso provoqué una “cruzada” a nivel nacional. Mi Departamento
era de Psicología Social y Sociología ¡Qué raro para un médico! ¿O no? Cuando
salió la plaza a concurso oposición con el perfil de “Problemas psicosociales
de la salud”, en ese momento, algunos médicos “atrasados mentales” y viejos
“amigos políticos” que profesaban la cultura de la exclusión y la intolerancia,
consideraron que todo lo referente a la salud debería ser patrimonio exclusivo
de los Departamentos médicos y de salud pública, no comprendían que la salud
podía ser objeto de estudio desde otras ciencias sociales. La movilización de la
“secta médica” fue escandalosa, tuvo una proyección nacional y me impugnaron la
plaza desde muchos rincones de este país. Estuve en el ojo del huracán y lejos de
amedrentarme me sentía orgulloso y contento, lo viví como una injusticia social
que debía combatir. Estoy convencido de que, de no haber sido yo uno de los
candidatos a esta plaza, las cosas hubieran sido diferentes. Afortunadamente
prevaleció la razón y la respuesta fue el rechazo del Ministerio a dicha
impugnación
Durante todos estos años, he ido seleccionando mis preferencias en la medida que pude. Mi actividad se amplió poco a poco y estuve ocupando cargos de gestión en la universidad de Granada durante más de una década. Dirigí un grupo de investigación que me ocasionó muchas alegrías y algunos quebraderos de cabeza. Llevé a cabo proyectos de investigación, entre ellos recuerdo un estudio en Marruecos sobre el Cannabis Sativa, el cual me ayudó a viajar y conocer el Rif. Este trabajo lo desarrollamos tres grupos de investigación distintos, cada uno ocupaba una parcela diferente. Uno de ellos fue dirigido por el Dr. Ethan Russo (Primero a la izquierda), médico neurólogo americano que investigaba los aspectos médicos de la marihuana, los efectos terapéuticos del Cannabis ocupaban ya un lugar en los libros de medicina. Mientras tanto yo me ocupaba de todo el área psicosocial de esta droga.
¿Para qué sirve la Universidad? ¿Qué
papel puede desarrollar en una sociedad como la nuestra? ¿Cómo funcionan las
agencias de socialización? Estas claves deben ser meditadas pausadamente. Es
evidente que los parámetros que nos ayudaron en épocas pasadas para conocer e
interpretar nuestra realidad, hoy día no pueden ser las mismas. La
globalización y la complejidad deben ocupar un lugar preferente en este
análisis. Hay que tener en cuenta que “El
desafío de la globalidad es la complejidad” y que los problemas sociales no
son solo locales, son globales y las nuevas unidades de análisis nos ayudarán a
comprender la dimensión de los problemas en el mundo actual, entre ellos la
salud. Esta es una parte de mi biografía y como afronté los cambios que
voluntariamente elegí.