domingo, 31 de mayo de 2015

LOS DEMONIOS DE LAS TINIEBLAS

Una mañana gris de primavera salí de mi casa, me disponía a comprar la prensa. Al sumergirme en la calle tuve la impresión de dar un salto en el tiempo, pero hacia el vacío. Parecía que habían pasado muchos años con sus días y sus noches. Noches donde las tinieblas te envuelven y te enredan hasta que despiertan los demonios escondidos en el tiempo detenido, congelado. La ciudad parecía de cartón piedra, antigua, sin luz, sin color. El ritmo de la gente era muy lento, cansado. Los pasos marcaban el silencio. Había caras, muchas caras, paralizadas y sin expresión, ausentes y sin voz. Los labios articulaban palabras sin frases que nadie comprendía. El silencio, ensordecedor, se enredaba entre muchas personas extrañas.
El cielo estaba ocupado por un gran manto negro de nubes. Los ojos que los miraban, junto a miles de ojos, no brillaban en la oscuridad, desprendían una luz apagada, triste y melancólica. La vida, una resignación sin esperanza.
¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo el miedo ha agotado la energía? El sueño y la ausencia no permiten reconocer la conciencia.
¿Es más cómoda la ausencia?
Después de tanto tiempo de ausencia ¿la inclinación “natural” es el abandono? El problema es que no conocemos otras luces. Pero, si no hay más ¡Más vale no haber venido! Porque es un desperdicio de esfuerzo y de energía.
Hay que abandonar las tinieblas, de esa forma entretenemos a nuestros demonios, tengámosle distraídos y mientras tanto gocemos de la luz. Cada uno a lo suyo y nosotros podremos emprender nuestro viaje a Ítaca con el deseo de que el camino sea lo más largo posible, no temeremos a los lestrigones ni a los cíclopes, ni tampoco al colérico Poseidón. Que en nuestra mente esté siempre Ítaca, este debe ser nuestro destino pero no hay que apresurarse por llegar. El verdadero milagro de la vida está en el viaje, hacer que este sea lo más largo posible, es apostar por una vida plena de experiencias y aventuras.
 Sin embargo, hay que luchar contra uno de los grandes enemigos atemporales que nos introducen desde que venimos a este mundo, me refiero al MIEDO y a todos sus traficantes. Miedo a la crisis, al terrorismo, a la crisis social, miedo al miedo político de la libertad, miedo a perder el trabajo, miedo a que desahucien tu vivienda y tengas que vivir con tus hijos en la intemperie, miedo a comer y respirar aire contaminado, miedo al castigo divino por transgredir el sexto mandamiento y así hasta nueve más, miedo al moderno Frankenstein de las redes sociales.
Los traficantes del miedo lo han utilizado a lo largo de toda la historia  de la humanidad. Una sociedad aterrorizada es más vulnerable a los intereses de los poderes fácticos que utilizaban el control como mecanismo para subyugar y esclavizar a la población. El uso del miedo es una forma de dominación y es tan viejo como la humanidad. Esta práctica ha sido utilizada por gobernantes y por las religiones que eran verdaderos expertos para someter a los creyentes e inculcarles el miedo al fuego eterno del infierno. Con el paso del tiempo estas técnicas han ido perfeccionándose de una manera cruel y silente, incluso la propia medicina moderna ha intentado, con cierto éxito, la moralización y medicalización de la sociedad, siempre había una palabra adecuada o te sometías a las prescripciones médicas o argumentaban el “victim blaming”, otro gran éxito del proceso de socialización, la “culpa”.
Alejemos de nosotros las “tinieblas” y los “demonios” que llevan dentro.
La mentira más espeluznante en el momento actual, a pesar del tiempo transcurrido, es la utilización del MIEDO con FINES POLÍTICOS. Nos hablan del miedo como un elemento indispensable para vivir en paz, para defender nuestra libertad, pretenden cambiarlo por la seguridad, la libertad, por nuestros derechos sociales, todo esto es “pan para hoy y miedo para siempre”.
Aquellos políticos que utilicen el miedo para alcanzar sus objetivos particulares -indignos por inmanencia- deberían ser enclaustrados en una torre con almenas en un castillo medieval hasta que hagan constricción de conciencia y arrepentimiento en una plaza pública.

Decía Norbert Elias que “existe la rentable ficción de que somos libres para tomar nuestras propias decisiones”. Derribemos este muro con una pizca de cinismo y con mucha reflexión crítica para que, de forma definitiva, se despeje el día.